Las parábolas en el trabajo (Marcos 4:26-29 y 13:32-37)
Marcos contiene solo dos parábolas que no se encuentran en los demás Evangelios. Ambas son breves y tratan acerca del trabajo.
La primera de estas parábolas, en Marcos 4:26–29, compara el reino de Dios con una semilla que brota y crece. Tiene similitudes con la famosa parábola de la semilla de mostaza, que sigue inmediatamente después, y a la parábola del sembrador (Mr 4:1–8). Aunque la parábola ocurre en un lugar de trabajo agrícola, el rol del campesino se minimiza deliberadamente. La semilla crece y “él no lo sabe” (Mr 4:27). En cambio, el énfasis se encuentra en la forma en que el inexplicable poder de Dios produce el crecimiento del reino. Sin embargo, el campesino “se levanta, de noche y de día” para cultivar el campo (Mr 4:26) y mete la hoz (Mr 4:29) para recoger la cosecha. El milagro de Dios se les concede a aquellos que hacen el trabajo que se les encarga.
La segunda parábola que solo se encuentra en este libro está en Marcos 13:32–37 e ilustra la necesidad de que los discípulos de Jesús esperen Su segunda venida. Curiosamente, Jesús dice, “Es como un hombre que se fue de viaje, y al salir de su casa dejó a sus siervos encargados, asignándole a cada uno su tarea, y ordenó al portero que estuviera alerta” (Mr 13:34). Mientras que está lejos, todos los siervos deben seguir haciendo el trabajo que les asignó. El reino no es como un amo que se va a un país lejano y promete llamar eventualmente a sus siervos para que vayan a donde él está. No, el Amo regresará y les da a sus siervos el trabajo de hacer crecer y mantener la casa para Su futuro regreso.
Ambas parábolas dan por sentado que los discípulos de Jesús son trabajadores diligentes, sea cual sea su ocupación. No discutiremos las otras parábolas aquí, sino que nos referiremos a las exploraciones exhaustivas en “Mateo y el trabajo” y “Lucas y el trabajo”.