El pago de impuestos (Mateo 17:24-27 y 22:15-22)
En la época de Jesús, los judíos pagaban impuestos tanto locales (al templo judío) como al gobierno pagano en Roma. Mateo registra dos instancias diferentes que describen la perspectiva de Jesús en cuanto al pago de impuestos. El primer incidente se registra en Mateo 17:24–27, en donde los recaudadores del impuesto del templo le preguntan a Pedro si Jesús paga ese impuesto. Jesús, conociendo la conversación, le pregunta a Pedro, “¿Qué te parece, Simón? ¿De quiénes cobran tributos o impuestos los reyes de la tierra, de sus hijos o de los extraños?” Pedro le responde, “De los extraños”. Jesús le responde: “Entonces los hijos están exentos. Sin embargo, para que no los escandalicemos, ve al mar, echa el anzuelo, y toma el primer pez que salga; y cuando le abras la boca hallarás un estáter; (moneda de plata) tómalo y dáselo por ti y por Mí”.
El segundo incidente es concerniente al impuesto romano y se encuentra en Mateo 22:15–22. Aquí los fariseos y los herodianos quieren ponerle una trampa a Jesús y le preguntan, “¿Es lícito pagar impuesto al César, o no?” Jesús conoce la malicia de sus corazones y les responde con una pregunta cortante: “¿Por qué me ponéis a prueba, hipócritas? Mostradme la moneda que se usa para pagar ese impuesto”. Cuando ellos le traen un denario, Él les pregunta: “¿De quién es esta imagen y esta inscripción?” Y ellos le dijeron: “Del César”. Jesús termina la conversación diciendo, “Pues dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.
Nuestra verdadera ciudadanía está en el reino de Dios y por eso destinamos nuestros recursos para los propósitos de Dios, pero también le damos a los poderes terrenales lo que es debido. Pagar impuestos es una de las obligaciones fundamentales que nosotros como ciudadanos o residentes asumimos por los servicios que disfrutamos en una sociedad civilizada. Aquellos servicios incluyen el trabajo del personal encargado de la primera intervención (la policía, los bomberos, el personal de la salud y otros), así como las redes sociales que existen para asegurar la justicia o ayudar a los pobres, los ancianos y otras personas en necesidad. El gobierno del Imperio romano no funcionaba principalmente para el beneficio de las personas del común, pero aun así proporcionaba carreteras, agua, vigilancia policial y algunas veces asistencia para los pobres. Puede que no siempre estemos de acuerdo en el tipo o el alcance de los servicios que nuestros gobiernos deberían ofrecer, pero sabemos que nuestros impuestos son esenciales para proveer para nuestra protección personal y para ayudar a aquellos que no pueden ayudarse a sí mismos.
Aunque no toda actividad gubernamental cumpla con los propósitos de Dios, Jesús no nos llama a que incumplamos las exigencias de las naciones en donde vivimos (Ro 13:1–10; 1Ts 4:11–12). En resumen, Jesús está diciendo que no necesariamente tenemos que negarnos a pagar impuestos como cuestión de principio. Cuando sea posible, debemos vivir “en paz con todos” (Ro 12:18; Heb 12:14; comparar con 1P 2:12), mientras que también vivimos como una luz que brilla en la oscuridad (Mt 5:13–16; Fil 2:15). Tener un empleo y negarse a pagar los impuestos de forma que le traiga deshonra al reino de Dios, no sería ni pacífico ni simpático.
Esto tiene aplicaciones directas en el trabajo. Los lugares de trabajo están sujetos a ciertas leyes y poderes gubernamentales aparte de los impuestos. Algunos gobiernos tienen leyes y prácticas que pueden estar contra los propósitos y la ética cristiana, como ocurría en Roma en el primer siglo. Los gobiernos o sus empleados pueden exigir sobornos, imponer normas y regulaciones poco éticas, someter a las personas al sufrimiento y la injusticia y usar los impuestos con propósitos contrarios a la voluntad de Dios. Como con los impuestos, Jesús no demanda que opongamos resistencia a absolutamente todos estos abusos. Somos como espías o guerrillas en territorio enemigo y no podemos quedarnos atascados luchando contra el reino enemigo en todos sus fuertes. En cambio, debemos actuar estratégicamente, siempre preguntándonos qué favorecerá más el establecimiento del reino de Dios en la tierra. Sin embargo, es claro que nunca debemos participar en prácticas abusivas para nuestro propio beneficio. (Este tema también se discute en “Lucas 19:1–10; 20:20–26” en “Lucas y el trabajo”).