El juicio, la fuente de las relaciones rotas (Romanos 3:1-20)
¿Qué se puede hacer con un mundo de personas cuya idolatría los separa de Dios y cuyo juicio los separa unos de otros? La verdadera justicia de Dios es la respuesta. En Romanos 3, cuando Pablo describe lo que pasa en la salvación, lo pone en términos de la justicia de Dios. “Nuestra injusticia hace resaltar la justicia de Dios” (Ro 3:5).
Antes de continuar, debemos hablar un poco de la terminología de justicia y rectitud. Pablo usa la palabra griega para justicia, dikaiosynē y sus diversas formas, treinta y seis veces en Romanos. Se traduce como “justicia” (en el sentido de rectitud) más frecuentemente, y como “justicia” (en el sentido de que cada uno tenga lo que le corresponde) o “justificación” menos frecuentemente. Los dos sentidos son lo mismo en el lenguaje de Pablo. El término dikaiosynē se usa primordialmente en los tribunales, en donde las personas buscan justicia para restaurar una situación que no es correcta. Por tanto, la salvación significa estar en el lugar correcto con Dios (justicia en el sentido de rectitud) y con otras personas y toda la creación (justicia en el sentido de que cada uno tenga lo que le corresponde). Una exploración completa de la relación entre las palabras salvación, justificación y justicia (en el sentido de rectitud) va más allá del alcance de este capítulo, pero la aborda cualquier comentario general de Romanos.[1]
Si esto parece abstracto, pregúntese si puede ver implicaciones concretas en el trabajo. ¿Es cierto que los juicios (falsos) que las personas hacen unas de otras son la raíz de las relaciones rotas y las injusticias en donde trabaja? Por ejemplo, si un gerente y un empleado tienen un desacuerdo respecto a la evaluación del rendimiento del empleado, ¿cuál de estas causa un mayor daño: la brecha de desempeño misma o la hostilidad que surge del juicio de ambos? O si alguien chismea acerca de otra persona en el trabajo, ¿qué causa un mayor daño: la vergüenza por lo que se dijo en el chisme o el resentimiento por el juicio que se reveló en el tono del chismoso y las risitas de los que lo escucharon?
Si nuestros juicios falsos son la raíz de nuestras relaciones rotas con Dios, con otras personas y con la creación, ¿cómo podremos encontrar la salvación? Somos realmente incapaces de alcanzar lo que necesitamos: la justicia en ambos sentidos. Incluso aunque queramos volver a tener buenas relaciones, nuestra inhabilidad de juzgar correctamente implica que entre más lo intentamos, siempre empeoramos el problema. Pablo clama, “¿Quién me libertará?” (Ro 7:24).
No podemos esperar que alguien más nos rescate, ya que todos estamos en la misma condición. Pablo nos dice que todo ser humano es “hallado mentiroso” (Ro 3:4). “No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios; todos se han desviado, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Ro 3:10–12). “Todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios” (Ro 3:23).
Con todo, hay esperanza no en la humanidad, sino en la fidelidad de Dios. Pablo pregunta, “¿acaso su infidelidad anulará la fidelidad de Dios?”, y responde “¡De ningún modo!” (Ro 3:3–4). Por el contrario, “nuestra injusticia hace resaltar la justicia de Dios”. Esto significa que nuestros lugares de trabajo son escenarios para la gracia, así como lo son nuestras iglesias o familias. Si sentimos que nuestro lugar de trabajo es demasiado secular, poco ético, demasiado hostil para la fe, demasiado lleno de codicia y personas desalmadas, ¡entonces es exactamente el lugar en donde la cruz de Cristo tiene un gran efecto! La gracia de Dios puede traer reconciliación y justicia en una fábrica, un edificio de oficinas o una estación de gasolina tanto como en una catedral, un monasterio o la iglesia. El evangelio de Pablo no es solo para la iglesia, sino para el mundo entero.
Ver por ejemplo, N. T. Wright, “The Letter to the Romans” [La carta a los Romanos], vol. 10, The New Interpreter’s Bible [ ] (Nashville: Abingdon Press, 1994).