Involucrando la comunidad en sus decisiones (Romanos 12:1-3)
La transformación de la mente “para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios” (Ro 12:2) viene mano a mano con involucrar a la comunidad de la fe en nuestras decisiones. Al estar en el proceso de ser salvos, involucramos a otros en nuestros procesos de toma de decisiones. La palabra que Pablo usa para “verificar” es literalmente “experimentar” o “comprobar” en griego (dokimazein). Nuestras decisiones deben ser verificadas y comprobadas por otros creyentes antes de poder estar seguros de que hemos entendido la voluntad de Dios. La advertencia de Pablo, “no piense más alto de sí que lo que debe pensar” (Ro 12:3) aplica para nuestra capacidad de toma de decisiones. No piense que tiene la sabiduría, estatura moral, amplitud de conocimiento o todo lo necesario para discernir la voluntad de Dios usted solo. “No seáis sabios en vuestra propia opinión” (Ro 12:6). Solo al involucrar a otros miembros de la comunidad fiel, con su diversidad de dones y sabiduría (Ro 12:4–8) viviendo en armonía unos con otros (Ro 12:16), podremos desarrollar, verificar y comprobar decisiones confiables.
Esto es más difícil de lo que puede que queramos admitir. Podemos reunirnos para recibir una enseñanza moral como comunidad, pero ¿en realidad con cuánta frecuencia hablamos unos con otros cuando tomamos decisiones morales? Con frecuencia, las decisiones las toma la persona a cargo deliberando de forma individual, tal vez después de escuchar las opiniones de pocos consejeros. Tendemos a actuar de esta manera porque las discusiones morales son incómodas o “calientes”, como lo dijo Ronald Heifetz. A las personas no les gusta tener conversaciones acaloradas porque “la mayoría quiere mantener el orden establecido, evitando los temas difíciles”.[2] Además, por lo general sentimos que la toma de decisiones en comunidad es una amenaza para el poder que tenemos. Pero usualmente, tomar decisiones por nuestra cuenta significa seguir sesgos preconcebidos, en otras palabras, estar “adaptados a este mundo” (Ro 12:2).
Esto plantea una dificultad en el campo del trabajo. ¿Qué pasa si no trabajamos en una comunidad de fe, sino en una compañía secular, en el gobierno, en una institución académica, u otro lugar? Podríamos evaluar nuestras acciones comunalmente con nuestros compañeros de trabajo, pero tal vez ellos no estén sintonizados con la voluntad de Dios. Podríamos evaluar nuestras acciones comunalmente con nuestro grupo pequeño o con otras personas de la iglesia, pero probablemente ellos no entenderán muy bien nuestro trabajo. Cualquiera de estas —o ambas— prácticas es mejor que nada, pero sería aún mejor reunir a un grupo de creyentes de nuestro lugar de trabajo —o al menos creyentes que trabajen en circunstancias similares— y reflexionar con ellos en nuestras acciones. Si queremos evaluar qué tanto nuestras acciones como programadores, bomberos, funcionarios públicos o maestros de escuela (por ejemplo) implementan la reconciliación, justicia y fidelidad, ¿con quién podríamos reflexionar mejor que con otros programadores, bomberos, funcionarios públicos o maestros de escuela cristianos? (Para más información sobre este tema, ver “Equipar a las iglesias anima a todos a que asuman la responsabilidad” en La iglesia que equipa).
Martin Linsky y Ronald A. Heifetz, Leadership on the Line: Staying Alive Through the Dangers of Leading [Liderazgo sin límites: Manual de supervivencia para managers] (Boston: Harvard Business Review Press, 2002), 114.