Todos hemos pecado (Romanos 2-3)
Tristemente, esta ruptura se extiende incluso al lugar de trabajo del mismo Pablo, la iglesia cristiana, y en particular a los cristianos en Roma. A pesar de ser el pueblo de Dios (Ro 9:25), “llamados a ser santos” (Ro 1:7), los cristianos en Roma están experimentando una ruptura en sus relaciones unos con otros. Específicamente, los cristianos judíos están juzgando a los cristianos gentiles por no actuar de acuerdo con sus propias expectativas peculiares y viceversa. Pablo indica que ellos dicen, “Y sabemos que el juicio de Dios justamente cae sobre los que practican tales cosas” (Ro 2:2). Cada parte afirma que conoce los juicios de Dios y hablan por Dios. Declarar que hablan en nombre de Dios hace que sus propias palabras se conviertan en ídolos, ilustrando en miniatura cómo la idolatría (la ruptura de la relación con Dios) lleva al juicio (la ruptura de las relaciones con otras personas).
Ambas partes están equivocadas. La verdad es que tanto gentiles como judíos se han apartado de Dios. Los gentiles, que deberían haber reconocido la soberanía de Dios en la creación misma, se han entregado a la adoración de ídolos y a todos los comportamientos destructivos que surgen a partir de este error fundamental (Ro 1:18–32). Los judíos, por otra parte, se han vuelto prestos al juicio, hipócritas y jactanciosos porque son el pueblo de la Torá. Pablo resume ambas situaciones diciendo, “Pues todos los que han pecado sin la ley, sin la ley también perecerán; y todos los que han pecado bajo la ley, por la ley serán juzgados” (Ro 2:12).
Pero el punto crucial del problema no es que cada parte malentienda las expectativas de Dios. Es que cada lado juzga al otro, destruyendo las relaciones que Dios ha establecido. Es crucial reconocer el rol del juicio en el argumento de Pablo. El juicio ocasiona la ruptura de las relaciones. Los pecados específicos que se encuentran en Romanos 1:29–31 no son las causas de nuestras relaciones rotas, sino los resultados. Las causas de nuestras relaciones rotas son la idolatría (hacia Dios) y el juicio (hacia las personas). De hecho, la idolatría se puede entender como una forma de juicio, el juicio de que Dios no es suficiente y que podemos crear mejores dioses nosotros mismos. Por tanto, la preocupación dominante de Pablo en los capítulos 2 y 3 es nuestro juicio hacia otros.
Por lo cual no tienes excusa, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas, pues al juzgar a otro, a ti mismo te condenas, porque tú que juzgas practicas las mismas cosas. Y sabemos que el juicio de Dios justamente cae sobre los que practican tales cosas. ¿Y piensas esto, oh hombre, tú que condenas a los que practican tales cosas y haces lo mismo, que escaparás al juicio de Dios? (Ro 2:1–3)
Si nos preguntamos qué hemos hecho que para necesitar la salvación, la respuesta por encima de todo es el juicio y la idolatría, de acuerdo con las palabras de Pablo. Juzgamos a otros, aunque no tenemos el derecho de hacerlo y por tanto, traemos el juicio de Dios sobre nosotros porque Él trabaja para restaurar la verdadera justicia. Para usar una metáfora moderna, es como la Corte Suprema que derroca a un juez corrupto en un tribunal menor que en primer lugar, ni siquiera tenía jurisdicción.
¿Esto significa que los cristianos nunca deben evaluar las acciones de las personas u oponerse a otros en el trabajo? No. Debido a que trabajamos como representantes de Dios, tenemos el deber de evaluar si las cosas que pasan en nuestro lugar de trabajo favorecen u obstaculizan los propósitos de Dios y de actuar de acuerdo a eso (ver Ro 12:9–13:7 para algunos ejemplos de Pablo). Es posible que un supervisor deba disciplinar o despedir a un empleado que no está haciendo su trabajo satisfactoriamente. Puede que un trabajador tenga que acudir a una autoridad superior a su supervisor para reportar una violación ética o de alguna política. Tal vez un profesor deba dar una nota baja. Puede que un votante o un político deba oponerse a un candidato. Quizá un activista deba protestar por una injusticia gubernamental o corporativa. Es posible que un estudiante deba reportar que otro estudiante hizo trampa. Puede que una víctima de abuso o discriminación deba dejar de tener contacto con el abusador.
Ya que somos responsables ante Dios por los resultados de nuestro trabajo y la integridad de nuestro lugar de trabajo, debemos evaluar las acciones e intenciones de las personas y actuar para prevenir la injusticia y hacer un buen trabajo. Pero esto no significa que podamos juzgar el valor de otros como seres humanos o que creamos que somos moralmente superiores. Aunque nos opongamos a las acciones de otros, no los juzgamos.
Puede que algunas veces sea difícil establecer la diferencia, pero Pablo nos da una guía sorprendentemente práctica. Debemos respetar la conciencia de las demás personas. Dios ha creado a todas las personas de forma que “muestran la obra de la ley escrita en sus corazones, su conciencia dando testimonio” (Ro 2:15). Si otros genuinamente están siguiendo su conciencia, entonces no es su trabajo juzgarlos. Pero si usted se está poniendo en un lugar moralmente superior, condenando a otros por seguir su propia guía moral, probablemente esté juzgando de una manera por la que “no tiene excusa” (Ro 2:1).